miércoles, 6 de noviembre de 2019

Lo normal.

Lo había hecho todo; atracos a bancos, robos de identidad, chantaje, asesinato... nada parecía estar fuera de sus límites, pero matar niños era otra cosa, nunca haría algo así, o eso creía a pesar de estar allí, oculto, espiando a una familia desde su jardín; sólo para cerciorarse de que ese viejo no era más que un loco que se tomaba los juegos de sus vecinos demasiado en serio. Y aunque llevaba demasiados años en esto como para tragarse las historias de niños demoníacos, el miedo que vio en los ojos de su estrambótico cliente era real, siempre creyó que los de esa generación no le temían a nada, como su abuelo "el general" y quizás fue eso lo que le ablandó el corazón y le hizo comprometerse a echar un vistazo a la casa; haría unas fotos del interior de la casa y de la familia y se las llevaría al viejo para que pudiese pasar sus últimos años en paz sin preocuparse por críos del demonio.
Era una noche normal; mañana todo el mundo tiene que ir a trabajar o a estudiar, no hay gente en las calles y los que hay no se acercarían a un barrio como este, todo parece tranquilo. Dentro de la casa estaban los padres y los supuestos niños devoradores de almas; mientras el padre lee algo, los niños juegan con unos soldaditos y la madre debe estar preparando la cena porque no se la ve por ningún lado. Después de hacer un par de fotografías a la estampa del salón, la intriga por lo que está haciendo la madre le lleva a  salir de su escondite y asomarse a la ventana de la cocina, donde sus sospechas se confirman: la madre está allí, le hace una fotografía y al comprobar la imagen en su cámara se fija en lo que está cocinando y tiene tan mala pinta que se plantea denunciarla por darle eso a los niños, pero hacía  tanto tiempo que él no probaba comida casera que no recordaba el aspecto que tiene.
Algo más tarde, con fotografías de toda la familia junta, se da por satisfecho y se pone en marcha hacia la casa del cliente para mostrarle los resultados de la "investigación". Un ruido estridente lo pone en alerta, lo localiza bajo su pie, lo examina, es sólo un juguete del perro; ¿perro? No hay ningún perro con la familia y ahora que lo piensa no ha oído ningún animal desde que llegó, no sería... Revisa las fotografías de la cocina, rápidamente acerca todo lo posible la supuesta comida casera, pero no distingue nada. En una milésima de segundo ha decidido que va a entrar a comprobarlo; se cuela en la casa sin ser visto, corre silenciosamente hasta la cocina en busca de restos de la cena pero todo está impecable, como esas fotografías de las tiendas de decoración.
Oye algo y sigue el sonido, viene del piso de arriba, se acerca y distingue risas infantiles, se da cuenta de que está actuando como un loco, al darse la vuelta se encuentra con la madre que le saluda alegremente y le arrastra por un brazo hasta la habitación donde vienen las risas. El padre y los niños dejan de jugar y le miran, la niña le pregunta por qué ha tardado tanto en unirse a ellos, la adrenalina le impide pensar de forma coherente y le hace querer sacar la pistola para defenderse pero la situación parece tan normal que no se atreve, algo no encaja.
Los niños se sientan en una mesa rosa de juguete y los padres le llevan por la fuerza, una vez sentados empiezan a jugar como si tomasen el té, todo parece tan normal, no puede contener sus labios cuando preguntó: ¿dónde está vuestro perro? La niña sin dudar ni un segundo le contestó que a los animales no les gustan los demonios, fue lo último que oyó, justo antes de sentir el golpe seco en el cráneo que le dio el pequeño, para poder acceder al cerebro, y como todas las noches dijo: la cena está servida y todo siguió con normalidad. 
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